Bareamanía

José Juan BareaEl muchacho es simpaticón. Sin ser un Adonis, se ve bonito en la cancha con tanto jugador feo. Se mueve con soltura y sorprende a los gigantones incapaces de percibir su ágil juego desde abajo. Es un chico bueno, de los que median en disputas en vez de provocar.

Sin ser fanática del deporte, me comí varias uñas en ese último partido. Después de todo, estaba viendo hacer historia en el deporte boricua. Un coquí defendiéndose entre tanto gavilán. Y en un país hambriento de héroes y modelos a seguir, era de imaginarse que sufriríamos la Bareamanía.

Pero la celebración y el recibimiento se nos fue por la borda. Perdimos de perspectiva que lo histórico del caso es, más que un triunfo, una derrota. Y no es que sea aguafiestas. Pero al igual que los que celebraban la fila para comprar donas hace par de semanas en Ponce, el problema no está en celebrar, sino saber qué celebramos.

José Juan BareaBarea es único porque no hemos tenido un programa para estimular consistentemente a tantos jóvenes talentosos en deporte y en el arte. Es único porque en nuestros equipos nacionales ha prevalecido el protagonismo más que el trabajo en equipo, típico de nuestra “cultura”. Es único porque cada vez son menos los jóvenes que reciben el apoyo de familia y estado para mantener una disciplina de mente y cuerpo sano. Es único porque aceptó el reto y el sacrificio por encima de las tentaciones de vivir cómodo. Único porque se esfuerza, se enfoca… cumple.

Hoy celebramos lo que la mayoría de nosotros no está dispuesta a hacer. Y por eso lo endiosamos y lo vemos cómo único, como mecanismo de defensa inconsciente de reconocer que hay justificación para nuestros fracasos, porque, después de todo, solo los héroes son capaces de vencer.

El muchacho se merece el triunfo porque se fijó metas y las cumplió. Le perdió el miedo a las leyendas y las derrotó. Supero el estigma de ser chiquito y se creció.

Más que celebrar, deberíamos aprender como pueblo. Somos ese pequeñín en la cancha del Caribe que hemos sido empujados, ignorados, despreciados y utilizados por los gigantes del Norte. Y nos hemos quedado en el banco, temerosos, sin disciplina ni dignidad.

Ya es hora que como este honorable mayagüezano, cuya única hazaña es que confió en su capacidad de vencer, reflexionemos sobre lo que somos como pueblo y nos decidamos a encestar.



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